martes, 4 de septiembre de 2018

Aún estás aquí




Es bonito saber que a cualquier situación de la vida siempre le puedo poner música. Lo hago todo el tiempo y lo seguiré haciendo siempre. Normalmente cuando algo sucede, camino ignorando a todo el mundo o miro por la ventana de cualquier autobús e imagino las tonterías que pude hacer o que no hice.

He relacionado casi siempre las cosas que me pasan, mis sueños pendientes, mis locuras, mis secretos, mis amores imposibles y hasta mis temores pasajeros. Mis viajes a la luna en tres minutos, mis sueños más jodidos con sonrisas que no eran para mí.

Un día de enero, lo recuerdo claramente. Me apresuré en presionar el botón del ascensor que me llevaría al piso nueve.

No me gusta estar delante de nadie, nunca. Me gusta ver las espaldas y no que me la vean. Me gusta ver como la gente sufre y yo observo ese sufrimiento de ser señalado. Entonces, abro la puerta y por nada del mundo bajo el volumen de lo que voy escuchando. Soy rockero y tienen que saberlo.

He venido a este lugar a aprender y a olvidar. No me afeitaré porque ese debe ser un repelente a malas historias, y no quiero más malas historias.

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He señalado de la mejor forma posible con flechas rojas dibujadas a mano la puerta de mi cuartel donde hay chicos débiles. Tienes todos los obstáculos posibles para llegar a mi vida: media ciudad, dos pistas, una avenida, cuatro pisos, escaleras y una puerta con un búho impreso en él, que desde ya te advierte que mi vida esta llena de insomnio, malas noches y café. Si no supiste entender que esa era una señal para que huyas, entonces debías arriesgarte. Mientras llegas he buscado una canción de Marwan, me acomodé el cabello para tratar de verme menos desarreglado. Soy un rockero con alma de osito tierno y debe existir una forma de contrastar eso sin que se vea ridículo. Esta vez el soundtrack se me hace raro, nadie sabe que vendrías, y ciertamente le temo a todo al que pueda parecerle extraño que quieras mezclarte conmigo de esa manera.

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Los números nunca me gustaron. Es más fácil escribir que calcular. Aquí no puedo ponerle flechas a nada. Estoy algo confundido en esta clase y quienes deberían ayudarme me miran pidiendo ayuda.

Estar perdido siempre ha sido genial porque los inútiles buscamos siempre maneras más fáciles para resolver nuestros problemas. Me gusta siempre hacer mis cosas solo y últimamente me ha gustado estar solo. Debe haber algo conveniente en pedir un favor a alguien que seguramente no te importa. Y ahí voy, mostrando mis dientes chuecos para ver si alguien se apiada de explicarme algo que no entiendo.

Puse música otra vez. Las venas se llenan de trash metal, el volumen alto siempre llama la atención. Nadie ha volteado aún, sospecho que la mayoría tampoco entiende, y los que entienden están concentrados y protegidos entre ellos, guardando recelosamente su conocimiento como si saber fuese una competencia en las que quieren ganar. Eso esta bien. No quiero que nadie piense que le sonrío en busca de una amistad sincera. La verdad, solo quiero que me enseñen y que no me cuenten sus vidas. No quiero ser amigo de nadie. No quiero a nadie pidiéndome consejos que no van a seguir y que jamás he seguido. Es un desperdicio de voluntad que por flojera me atrevo a guardar para mi siguiente vida donde debería tener más suerte.

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Abro la puerta. Llegaste al fin. Aquel día había fútbol y yo tenía que ir a verlo. Pero no fui. Nunca fui capaz de verle a los ojos a nadie mientras me hablan o me miran. No por falta de educación, es solo que, creo que no me gusta que empiecen a descifrarme. Retirar la mirada es como hacer que un telépata no pueda entrar en mi cabeza. Los ojos dicen mucho y hoy tienen muchas ganas de hablar porque hablando con los labios soy demasiado redundante. Te abro la puerta de la oficina como si te abriera el telón del lugar más oscuro de mi corazón parchado con cinta adhesiva. Siento un poco de vergüenza, es como si te invitara a un cine maloliente a ver La vita è bella. Pero bueno. Cada quien tomó sus riesgos. Tú por venir, yo por pedirte que vengas.

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Las cosas funcionaron bien. Aprendí y no conocí a nadie. Me enseñaron y a los minutos los aparté sin opción a que me ubiquen nuevamente. Todos los fines de semana funciona eso de entrar, saludar, no bajar el volumen y buscar el asiento más alejado posible para pasar desapercibido.

Pero es extraño.

Es como si tuviera un resplandor incandescente las últimas noches de universidad. Es como si todo se viera tan normal y de pronto ingrese por la puerta alguien que desentona con el entorno más desentendido de la ciudad. Un tulipán en un cementerio abandonado, una canción Damien Rice en un concierto de chicha psicodélica desafinada. Un malabarista de cuchillos con fuego en una avenida llena de vendedores sucios y groseros de libros piratas. No suelo desatender la mirada de la clase, pero hoy, sospechosamente, la chica de cabello rubio se ha sentado adelante y tengo tres horas para observarla desde mi ubicación casi oscura al final de salón de clases.  

No sé en qué momento cambié una canción de Slipknot por una de A flock of seagulls que habla de amores espaciales. Debe ser un mal augurio. De todas formas, no es la primera vez que me distraigo así.

Al salir del edificio camino unas quince cuadras y decido olvidarme de todo lo que he visto. Mi desánimo y mi pesimismo es más grande cuando recuerdo que he sido siempre un perdedor, y me siento bien siendo un perdedor que no se atreve a nada y solo respira en lugar de vivir.

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Hay un espejo por donde puedo mirarte cuando no me miras. Hay canciones que por ahora te van diciendo las cosas que no soy capaz de balbucear. Quisiera en ese instante poder transmitirte algunas cosas, pero no me atrevo. Hay todo un remolino de ideas merodeando en el ambiente, cosas que solo los valientes harían sin dudar y yo, soy un cobarde que apenas te ha ofrecido asiento porque es lo más real que tiene para ti.

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Tengo que devolver un favor. La chica de cabello rubio me ayudó y debo ayudarla. No estoy tan seguro de querer hacerlo. Mi flojera es más grande que mi reciprocidad. Usualmente nadie viene a verme, así que será interesante tenerla aquí. Es día de fútbol. Tendría que ir a verlo, pero no iré. He dibujado flechas desde la estación hasta las dos pistas, la avenida, la escalera, el cuarto piso y la puerta con un búho del que no fuiste capaz de huir. Es hora de atreverme y de arriesgarme.

Alguien ha llamado a la puerta con dos golpes leves. Abro cuidadosamente después de arreglarme el cabello. Soy muy pesimista, pero por alguna inexplicable razón no pude apartar mi mirada de ti. Vi en tus ojos algo que me dijo: te volviste a enamorar.

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Y aquí estás, reflejándote en mi espejo, sonriendo como un carrusel que no se detiene. Tu voz es tan igual a la primera llamada. Tus ojos son más bonitos si los miro de cerca. Tu aroma es particular y tu cabello brilla un poco más. Te sentaste a mi lado como presagiando que jamás te irías y decidí un poco temeroso, dejar que te quedarás.

Y aún estás aquí, cambiándome la vida.



jueves, 19 de julio de 2018

Quiéreme otra vez.




Escucho mi voz todo el tiempo. Sé que te preguntarás ¿acaso no es normal pensar con nuestra propia voz? Lo sé, es normal, pero, ¿Qué tan normal es que tu voz interior tenga gustos, señas y hasta mente propia?

Es simple. El día que decidí hacerme un tatuaje aquella voz me sugirió escoger la flor de loto. “Te gusta y es tan difícil de entender su significado que es ideal para ti” me dijo. Luego, puso la mirada sobre aquel hombre alto y apuesto de la universidad. No sabía que mirar en él, de pronto la voz allá arriba ya me anunciaba las pronunciadas líneas de sus ojos, los hoyuelos que salían de sus mejillas al sonreír, el cabello rizado que se le escapaba por la frente. Direccionaba siempre mis emociones para sentirme hábilmente bien.

Normalmente las cosas en mi cabeza ocurren mejor que en la realidad. Vivo atrapada entre las cosas que pienso y las cosas que hago y la verdad, pienso mejor de lo que vivo. El otro día miré una fuente de agua y entre su reflejo pude ver otra dimensión casi igual a esta. Una donde el silencio te dice muchas cosas, quizá una dimensión donde todas las cosas que lo rodean te hablan y te mandan señales a través de tu propia voz. Lo había entendido, tenía que ser así pues, me dije.

Ya han pasado cinco años desde que él me pidió que sea su novia. El principio fue increíble, tenía todas las veredas del parque adornadas con flores imaginarias para mí. Los poetas casi siempre te convierten en el centro de atención y a mí, cándida y desleal, me gustaba estar ahí.

Luego entendí, que tienen una cierta facilidad por escribir cosas que no sienten. Pero bueno, aquella voz en mi cabeza me había pedido que lo pensara más, que quizá, estaría bien alejarme un poco. 

No seas cojuda, dije. Tú me acercaste a él y ¿ahora quieres que lo deje? Ni hablar. Cambiará, y me amará como yo he soñado. Creí.

Eso no sucedió. En cierto modo, era yo quien lo llamaba con insistencia para saber si le interesaba que es lo que yo hacía o decía. Era yo quien compraba flores para adornar un poco sus ideas, ideas donde quizá ya no rondaban ni mi flor de loto, ni mis ojos claros, ni mi sonrisa encantadora que enamoraba a todo el mundo, menos a él. Él ya no me quería, pero yo veía en cada situación de afecto una oportunidad para encontrar las llaves de la puerta de ese amor que un día sentí que me tenía. Eso jamás sucedería.

Después de eso decidí dejar de escuchar a esas voces. Corría por las calles, con la esperanza de que él voltee a verme, de que me quiera nuevamente en su vida, de que me quiera nuevamente en su cama o nuevamente en sus poemas. “Los poetas mienten tan hermosamente” me habían advertido, y sin embargo siempre estaba yo, justificando una a una sus mentiras para tratar de entender del porqué ya no era la mujer de su vida.

Odiaba aquella dimensión donde todo me hablaba. Golpeaba con frecuencia mi cabeza, tomaba tranquilizantes para poder aplacar el sentido y la coherencia. Estar en modo suspendido, mirando el cielo de mi patio tirada sobre una silla de alcoba era mi deporte favorito. Los diez kilos menos de mi vida se habían fundido con el viento que golpeaba todos los días mi rostro y despeinaban mis cabellos sin sonrisa, sin encanto, sin alma.

La vida se volvió de pronto una telaraña que se consumía poco a poco y se quedaba sin madeja. En el centro me encontraba siempre, malherida y poco arrepentida por querer y desperdiciar tanto por un hombre que no volvería y por el cual guardaba la esperanza de que alguna vez voltearía a reconocer su error y a llevarme a todos esos lugares que no existen en esta realidad, pero si en sus folios.

Y así, retorcida y sin alma. Jodida y sin amor propio alcancé a quedarme quieta por cinco minutos frente a un espejo. Frente a mi vi el atardecer de un alma que se despedía del cuerpo. Despeinada y mal oliente; mi reflejo sacó fuerza de voluntad y se movió sin que yo lo hiciera. Golpeó el vidrio del otro lado de esta dimensión y tiró fuerte de mi hombro. Me miró fijamente con la más absoluta tristeza que jamás pude conocer y casi desahuciada me susurro con una lágrima en los ojos: “por favor, quiéreme otra vez…”



miércoles, 21 de marzo de 2018

El arte del silencio



Él era alto, de tez clara, nariz fina y ojos muy celestes. Distraído con las cosas que lee u observa, vanidoso con las cosas que lleva siempre encima. Ella es muy delgada, de piel canela, cabello castaño y de sonrisa dulce.

La última vez que se vieron era más o menos hace ocho o nueve meses, un día de lluvia cuando se despidieron sin siquiera darse un beso. Llovía en la calle, en la ciudad. En el balcón desde donde antes se habían mirado con algo de furia. Llovía en las mejillas y el corazón de ella.

Él despertó temprano, eran varios meses ya. De todas formas, cuando se lastima un corazón que te aprecia siempre se podrá encontrar en él un camino hacia la reconciliación.

-          Sabes que, si vuelves mañana, pasado, la próxima semana, es una decisión que ya tomé. Suelo ser drástico en ese sentido.
-          Quiero que al menos lo pienses, no puedes mandar todo al diablo así de fácil y sin remordimiento.
-          ¿qué quieres después de todo? Me hiciste una pregunta, y te di la respuesta. Y mañana si lo vuelves a preguntar te diré nuevamente lo mismo. Ven las veces que quieras, mi decisión no cambiará.
-          Ya no me amas, verdad.
-          Lograste que pueda estar más tranquilo sin ti, que contigo.
-          Sólo di que no me amas, y me iré. Aunque sabes que el amor que te tengo se quedará colgado de tus ventanas, de tu edredón, de tu sofá, se impregnará como una sombra de la que querrás deshacerte, pero a la cuál extrañarás alguna vez.
-          Ya sabes mi respuesta.

Tantos meses desde aquella vez en que, a tres calles de la estación, aún con el estruendo de la noche y de los amores que se amaban en todas las habitaciones adyacentes, un corazón se rompía en llanto y en miles de pedazos que caían en cada paso y en cada lágrima que derramaban los ojos de ella. Una caminata interminable llena de dolor y de vergüenza por perder lo que ella creyó le pertenecía en cuerpo y alma para siempre.


A veces para siempre solo dura un poco tiempo.

Unas semanas antes, él la encontró camino a la escuela de música. Su proyecto paralelo de amor había fracasado. Y escondía detrás de sus audífonos siempre la rabia y la soledad de un fracaso anunciado. Ella estaba sentada en el parque, leyendo un viejo libro de cuentos de terror. Él iba con una chalina sobre el cuello y un abrigo color azul. Sabía perfectamente que era el color preferido de ella, sabía que le emocionaban las historias de terror, aunque en los cines prefería cerrar los ojos. Sabía también que frente a ese banco estaba aquella dulcería donde preparaban aquel café pasado con bizcochuelos de canela que tanto compartían.

-          ¿Hola?  
-          ¿Qué tal, que milagro? ¿tú, de azul?
-          ¿Te gusta?
-          Sabes que me encanta el color.
-          ¿Qué haces aquí?
-          Leo mientras espero a alguien, no debe tardar en llegar.
-          Oh, lo siento, no quería interrumpir, mejor te dejo, no quiero causar molestias.
-          No, tonto. Espero a mi hermana. Está por llegar. ¿Cómo te ha ido? Me dijeron que eres feliz.
-          Siempre estoy feliz, me va bien en mis proyectos, con mi banda. Tengo un auto nuevo.
-          Sabes a lo que me refiero, ¿verdad?
-          Bueno, no te han contado, te contaré.

Fue entonces que empezó una conversación que no acabó nunca. La hermana de ella nunca llegó. Lo que si llegaron fueron las tazas de café y los bizcochuelos, las horas de conversación y de risas que hicieron que todos esos meses lejos desaparezcan poco a poco. Él la había mirado como aquella primera vez en la puerta del cine, cuando ella salía algo perdida. Cuando se acercó a preguntarle una dirección y él con amabilidad y algo de conveniencia la acompañó hasta su destino.

“El amor jamás muere, solo cambia de lugar” le había dicho alguna vez, como excusándose por si alguien se enteraba de su amante. Aquella guitarrista rítmica de una banda de Jazz. Consuelo que le duró tan poco y que le hizo perder mucho. Quizás entonces, creyó que efectivamente, el amor dio una vuelta como un boomerang y volvió hacia él, de nuevo con el rostro de ella, de nuevo con la sonrisa de ella, de nuevo con la alegría y plenitud que le transmitía.

Sucedieron más citas, ya sin excusas. Más recuerdos compartidos, un beso robado y unas nalgadas impropias delante de la gente. Le había tomado de la mano cuando ella le pidió pensar lo que estaba haciendo.

-          Tomaste una decisión, y como consecuencia de ello yo tomé muchísimas más. Te he permitido llegar hasta donde estás porque lo he permitido, pero no te confundas. El amor que te tuve se quedó con la sombra y la lluvia de aquella vez.
-          Espérame un poco más.
-          No espero nada de ti, y lo sabes. Es hora de irme.
-          ¿Puedo verte el sábado?
-          Si claro.

Era sábado, muy temprano. Él se había levantado con algo de prisa, escogió entonces la camisa azul que alguna vez vió con ella en una tienda y que jamás compró. Escogió aquel parque donde la encontró, a donde habían vuelto tantas veces. Un día antes había pasado por el mall, una compra algo apresurada, unas letras leídas. Miles de cosas remolinaban en su mente, pero él solo quería verla, sabía que la iba a sorprender.

Dieron las cinco de la tarde, llegó puntual. Perfumado y bien peinado. Después de arrancarle un beso y de mirarla con todo el amor que jamás antes sintió por ella, la abrazó, la abrazó fuerte y sin decir palabra alguna, la miró fijamente y dentro de sus pupilas se pudieron expresar todas esas emociones que ella esperaba desde hace tanto tiempo.

-          Quiero preguntarte algo.
-          ¿dime?
-          Alguna vez te dije que he sido un estúpido toda mi vida. Que siempre he tomado las decisiones más absurdas en mi vida y qué, aún sabiendo que me equivocaba, terco siempre proseguía.
-          Lo sé.
-          También te dije que, si un día decidía ser feliz, esté donde esté te buscaría.
-          No sigas, si lo recuerdo.
-          Y te dije también, que estés con quien estés o sin nadie…
-          No sigas, por favor.
-          Te pediría…
-          No lo digas.
-          Si te dijera que quiero…
-          No, mi respuesta es no.
-          ¿qué?
-          No regresaré contigo, lo siento. Ha pasado el tiempo, y créeme. Cada día que pasó lloré por ti como jamás había llorado por nadie. Esperé cada noche que me llamaras a decirme que eras ese estúpido que tomaba decisiones estúpidas. Cada noche marqué en mi agenda los días en los que amanecía y dormía pensando en ti. Cada maldita noche me sentaba en este parque a esperar a que llegues con cualquier cosa y preguntes por mí, que me abraces y me invites un café, y eso jamás sucedió. Y cuando me di cuenta que tenía que perderte, arrancarte de mi corazón para poder avanzar fue cuando tomé la decisión de simplemente quererte menos cada día. Tenías mi corazón como un reloj de arena que dejó de esperarte, existía alguien muriendo por ti y ahora tienes frente a ti un ataúd que no puedes abrir. ¿pensaste que después de entregarle a otra persona lo que me juraste, yo regresaría agradeciéndote la nueva oportunidad que me das? No es así, no soy así. No te creo, es más, sé que lo que me propones ahora será el motivo de un futuro arrepentimiento y el amor que sentí por ti sólo puedes matarlo una vez. Ese amor murió, se quedó, colgado en tu balcón, impregnado en tu closet donde seguramente ya no están las faldas que me olvidé. Lo siento, pidas lo que pidas, digas lo que digas, mi respuesta es no. ¿te amo?: no, ¿te extraño?: no, ¿quiero regresar contigo?: NO.

El silencio es a veces el placer menos doloroso. Había mucho ruido. Era una calle ancha, la gente volteaba a ver como un hombre perfumado agachaba la cabeza ocultando las lágrimas que derramaba al oír las palabras de una mujer que acababa de irse.

Había tanta soledad en cada paso que daba. El arrepentimiento le rebotaba cada segundo con los latidos de su cuerpo. Las vueltas de la vida eran mejores con ella, lo había entendido muy tarde, muy tarde. No sabía si precisamente cuando ella se fue, o cuando al llegar a su balcón sacó de su bolsillo un anillo que jamás colocará sobre sus dedos.


miércoles, 21 de febrero de 2018

Suricata & Ranita / El sueño recurrente




-          Ranita ¿Qué piensas de los sueños?
-          Pensamientos aleatorios.
-          ¿Promesas inconclusas tal vez?
-          Ruleta rusa de tu conciencia.
-          Deseo de extrañar a alguien, pienso.
-          ¿Quién ha vuelto, Suricata?
-          Nadie, solo soñé.
-          ¿fue real?
-          Como si aún pudiera verlo.
-          Quizá no lo soñaste.
-          Si lo hice.
-          ¿Cómo puedes estar tan seguro?
-          Corría, y es algo que no puedo hacer mientras estoy despierto.
-          Corrías persiguiendo a quien.
-          Me perseguían, como siempre. Huía de algo o de alguien, de noche. Una avenida larga y húmeda, llena de entes raros que me observaban.
-          ¿Quién te perseguía?
-          No lo sé, pero tenía miedo. Sentía qué, si dejaba que me cojan, me matarían, o quizá peor aún, me harían sufrir y se irían sin matarme.
-          Pero sigues vivo.
-          Me escondí, en una casa. Habitual también, oscura por fuera, quizá verde. Tiene un portón alto de madera, como de iglesia o de casa colonial, la adornan vitrales con biseles. Ventanas elevadas, es de varios pisos siempre. Al abrir la puerta me encuentro con una sala oscura que tiene siempre dos escaleras a los lados que suben en forma circular. Siempre es de noche, siempre las habitaciones están vacías. Cuando he logrado entrar a alguna de ellas, he encontrado restos de recuerdos. Es como si cada habitación guardara tras puertas una parte de mi vida, con todo y los detalles, con todo y los artífices.
-          ¿Sueles quedarte mucho tiempo ahí?
-          No, por lo general, subo a la azotea. Me siento seguro ahí, aunque al mirar abajo siento vértigo, como si fuera a caer del piso 50 de algo, pero me sostengo sin temor. Tal vez en el fondo se que se trata de un sueño, pero se siente tan real…
-          ¿y luego que pasó?
-          Me alcanzaron, y pude ver a alguien acercarse. Traía manos con fuego, ojos rojos y un sombrero que le tapaba la mayor parte del rostro. Tenebroso a veces, me observaba consumirme en miedo. Esperaba que me lanzara pienso, o esperaba que lo ataque.
-          ¿Qué hiciste?
-          Le pedí que se vaya, que me deje tranquilo. Ya hace mucho tiempo que juega al zorro y la liebre conmigo. Se empezó a reír, como sintiéndose perpetuo de hacer lo que le plazca en gana.
-          De ser tú, hubiera escapado.
-          No lo hice, corrí hacia un desnivel en la azotea y encontré un arma, estaba cargada y lista para jugar a la ruleta o disparar.
-          ¿y qué pasó?
-          Lo miré de frente, le miré los ojos. ¿y sabes? Pude ver algo familiar en ellos. Por un momento me identifiqué con su ira, con sus rencores. Pude verlo observando como me disponía a dispararle. Se acercó a mi de forma desafiante y solo atiné a levantar el arma.
-          ¿disparaste?
-          Le pedí que me dejara, que se fuera, no sé si resignado o huyendo de mí, pero le pedí que se fuera. En ese instante pude oler su propio miedo. Sus ojos dejaron de ser rojos y se humedecieron un poco. Retrocedió dos pasos al verme avanzar. El fuego desafiante que traía en las manos empequeñeció y empezó a quemarle. El sombrero ya no disimulaba su apariencia, vi su cabello ondeado y las marcas sobre su rostro. Tenía miedo, pude sentirlo.
-          ¿disparaste?
-          Cuando le pregunté qué hacía aquí, me señaló al corazón, y luego a la cabeza. No entendía porque lo hacía, entonces corrí tras él, y el huyó por la azotea. Pude saltar y en la caída sentí un calor que empezaba a invadirme por los brazos. La rapidez del aire dilato mis ojos, sin embargo, los tenía fijamente sobre él. No lo deje escapar, pude verlo correr a través de un camino largo y tomé posesión de las cosas que lo rodeaban. Mis ojos se trasladaron a todas las cosas y personas que estaban delante del camino y empezaron a seguirlo. Lo vi finalmente correr subiendo una escalera, hasta otra azotea. No entendía por qué, pero lo seguí. Pude oler su miedo, lo transmitía en sus ojos, en su sudor, en sus ganas de lanzarse. Lo vi buscar algo en un desnivel y comprendí al fin.
-          Suricata, ¿disparaste?
-          No. Sabía que en un momento más, iba a ser yo el que huía de él nuevamente.
-          ¿Qué hiciste?
-          Disparé.
-          ¿lo mataste?
-          Apunte a mi cabeza. Luego Desperté.



martes, 20 de febrero de 2018

Corazón sin anestesia



Son las cinco de la mañana. Después de tres alarmas repetidas, mis ojos se abren con un poco de prisa y miran el techo fijamente. Junto a mi guitarra empolvada se quedaron rezagados todos mis argumentos que demostraron alguna vez que dormir un domingo hasta tarde era beneficioso para no alterar el orden mundial ni la salud espiritual. Minutos largos de explicación razonable llenas de post verdad que defendían mi flojera. Hoy todo eso se hizo bolita imaginariamente para esconderse tras la sombra de mis zapatillas viejas y mi ropa sucia.

Hoy me pondré más feo, y a la vez más cómodo para ir a verte. Solo una vez a la semana uno tiene el privilegio de salir con la oscuridad de una madrugada y volver con la oscuridad de la noche. - Si me ama como soy, quiere decir que me ama de verdad - pensé.

Por lo general, mis semanas están llenas de estrés que aprendí con el tiempo a disipar con algo de terapia. Después de varios meses de constante reojo y duda, una mañana de noviembre decidí hacerle caso a mi conciencia e intentar buscar algo más que un simple futuro desechado.

Yo voy a creer en Dios el día que tú creas en el amor, te dije casi sin pensarlo.

Y muy a pesar de mi visible alejamiento con aquella deidad, con el tiempo pude aprender algunas cosas. Dios obra de formas misteriosas y habita en cuerpos diferentes para llegar siempre cuando uno no lo espera. Aprendí a no esperarlo, y llegaste.

Llegaste iluminando los lados oscuros de mi vida con tu paz y tu cabello claro. Llegaste a dibujar disparos constantes de serotonina e ilusión con tu perfume y tu sonrisa. Llegaste a atrapar toda mi atención con tus ojos y tu sarcástica inteligencia. Descongelaste una vida resignada a la larga travesía de andar colgado en un glaciar huyendo siempre del amor, y lo hiciste solo con tus ojos.

Tus ojos ¿Te dije que me han gustado siempre tus ojos?

Escribiría toda una trilogía aburrida que solo yo comprendería tratando de que entiendas la importancia que tienen sobre mi cuando me miras, y sospecho que mi esfuerzo sería algo inútil todavía. Aun así, aprendí a verte más allá de una sola presencia. Entendí que quizá no debería ya no esperar a Dios si no simplemente tratar de comprenderlo. Comprender que de muchas formas trató de encontrarme en forma de tormentas, en forma de milagros, en forma de oportunidades y en formas tan obsoletas como desilusiones pasajeras. Jamás funcionaron, y como mi terquedad es más grande que mi fe, y como soy más necio que optimista, y como soy más bohemio que creyente; a Dios no se le ocurrió mejor idea que cruzar tus alpargatas con mis botines verdes, tus blusas extendidas con blonditas con mis polos grises, tu humor negro con mi humor absurdo. Tu piel color cielo con mi piel color pan centeno, tu buen amor con mi amor aventurero. En más sencillo, Dios decidió venir a mí a través de tus ojos, a través de ti, de tu voz sobre mi espalda, y puedo decir con total seguridad de que creo más en ti que en él, porque de alguna manera el vino a capturarme de una buena vez por todas para vencer mi incredulidad acumulada.

Sé que no me crees, a veces ni yo me creo. Aprendí desde muy niño a aceptar que tenía que ser una triste historia de amor y una interesante historia de nerd. Aspiraba a ser la última opción romántica de cualquier mujer con problemas incurables y hoy, despierto sintiendo ser más bien ese algo que le importa a alguien. Hoy respiro ese aire que solo respiran los valientes que se atreven a soñar y que se enfrascan en diatribas inexistentes contra sí mismos tratando de auto explicarse de que, si pues idiota, alguien que no precisamente es tu mamá, te ama.

Y pues, desmedidamente, eres todo lo que amo.
Y te amaré así un día te haga falta o te sobren mis abrazos.
Y te amaré cuando cierres los ojos al besarme, o cierres tus puños golpeándome.
Y te amaré más si decides mirarme o si decides apagar las luces de tu habitación.
Te amaré mientras viva, o mientras muera cada vez que peleamos.
Te amaré cuando me veas despedirme en Trujillo, o me esperes esperar el bus de regreso a mi cuarto.

Y te amaré,

Te amaré así nos separen por las noches una mampara y una escalera o cuarenta y cuatro kilómetros que hay desde mis ojos que se abren para ver el techo, hasta tus ojos que me aman tanto.

... Señor cobrador, en Rosa Luz bajo.




jueves, 15 de febrero de 2018

Suricata & Ranita / Veintisiete




-          ¿puedes ver que grande es el mundo desde aquí, y que tan pequeños somos con respecto a nuestro propio universo?
-          No somos nadie, ranita.
-          ¿qué te sucede ahora?
-          Hoy me he puesto a pensar sobre algo que recordé sobre mi vida.
-          Pensar y recordar, ambas cosas suceden en la mente, pero son emociones muy distintas.
-          Siempre creí que cuando cumpla 27 años, algo increíble me pasaría. Y entre todas las cosas posibles solo me pude quedar con tres opciones: casarme, ser padre, o morir.
-          Si te casas, serás padre y luego morirás.
-          Pero no podría suceder todo eso al mismo tiempo, ¿o sí?
-          Quizás… y de las tres cosas ¿cuál es la que deseas?
-          No lo sé, las tres cosas me asustan y me atraen.
-          ¿Cómo podría atraerte morir?
-          Reencarnaría, viviría de nuevo, empezaría todo nuevamente ¿sabes lo que daría por empezar todo nuevamente? ¿sabes cuantas caídas, derrotas, vergüenzas, lágrimas y desilusiones me ahorraría?
-          También te llevarías todo lo que hasta hoy te hizo feliz.
-          Bah! y de qué sirve cuando lo feo pesa más que lo bonito. Nadie ha muerto siendo feliz.
-          ¿Qué hay de tus otras opciones?
-          Quisiera casarme para hacer feliz a alguien que me ha hecho feliz.
-          Eso es algo más bonito, pero un poco egoísta y convenido. Lo haces porque lo hicieron, y si no lo hacen; no lo harías.
-          Casarse para presumir es como cocinar algo que tirarás a la basura después de servirlo. Creo en el amor, pero el amor me ha hecho leña cada que ha podido. ¿Cómo seguir creyendo en eso que te ha cortado en pedacitos casi siempre? Es como pedirle al combustible que algún día, si es que te quemas, sea capaz de apagarte.
-          Es todo eso que dices, o solo miedo a equivocarte.
-          Me equivoco siempre.
-          Siempre tienes miedo.
-          El miedo me hizo fuerte.
-          .. y necio.
-          Y algo idiota.
-          Muy idiota.
-          ¿de verdad pretendes ayudarme?
-          Pretendo comprender como es que te resulta más atractivo morir antes que casarte. ¿Qué hay de ser padre?
-          Eso te sonaría más egoísta aún.
-          No lo creo.
-          Quisiera tener mis ojos en otra persona nueva. Alguien que logre aprender lo que yo no pude ni podré. Alguien que se coma el mundo que va a venir y que no podré ni tocar porque estaría muerto. Y seguramente, alguien que herede todas las cosas que aprendí de niño. Mis ideas, mis chistes negros, mi persuasión, mi curiosidad hacia lo aburrido.
-          ¿dónde está lo egoísta?
-          No le preguntaría si quiere lo que quiero. Quizá quiera ser algo diferente, no sé, alguien normal.
-          ¿Qué hay de la madre?
-          Le amaría mucho, supongo.
-          ¿amas?
-          Siempre. Amé a la luna, amé a los besos. Ahora amo los sueños.
-          ¿y qué piensa sobre casarte, ser padre o morirte?
-          Lo mismo que piensas tú, que pensaría cualquiera.
-          Pienso que estás confundido en tus propios dilemas. Pienso que deberías descansar de tus propios pensamientos. Pienso que debes dejar de ver el color de la herida y empezar a ver el color de la cicatriz. Avanza Suricata. Avanza.
-          Morir es avanzar.
-          Morir sin querer morir es avanzar. Morir queriendo morir es una cobardía. Algún día todos vamos a morir, y nadie te devolverá el tiempo que pierdes pensando en si es correcto o no morir. Estás como aquel asno de Buridán, que tenía heno del lado izquierdo y derecho y que al no decidir de que lado comer, murió de hambre en medio del camino.
-          ¿pienso demasiado entonces?
-          Tardas demasiado en darte cuenta. Tú puedes ser capaz de resolver un crimen y de señalar culpables, de encontrar el arma y la motivación del asesinato, cuando quizá no existiese ni muerto, ni escena, ni rastros. Calma un poco tu ansiedad de creer que todo el mundo quiere hacerte daño. Quizá si sea cierto, pero ¿para que buscas el dolor dentro del propio dolor? Date el gusto de vivir. Hazte el idiota sin llegar a serlo realmente.
-          Existen asesinos que vuelven a la escena de su crimen. ¿puede un muerto volver a pedirle a su verdugo, que lo vuelva a matar?
-          Intenta ser feliz.
-          Dame una opción.
-          ¿porqué quieres a quien quieres ahora en tu vida?
-          Porqué me quiere como soy, aunque yo no me quiero como soy. Soy el peor error de mi propia vida. Un gusano de agua que respira con ayuda artificial. Un espía de pasados, un cementerio de mis propios huesos que camina sobre las mismas zapatillas siempre.
-          Nadie se atrevería a querer a alguien así.
-          Pero me quiere, no sé si como quiso antes, no sé si más, o menos. No sé si la quiero como quise antes. Quizá solo seamos un complemento o una suma de dos universos que están creando algo nuevo, y aún no me doy cuenta.
-          Quizá solo sea tu futura ex.
-          Se siente bien oír la palabra futuro.
-          Escríbele algo bonito.
-          Lo hago siempre.
-          Ámala y dile cuanto la amas.
-          Lo hago siempre.
-          Demuéstrale si es que es cierto, lo que serías capaz de hacer solo por ella.
-          Lo hago, siempre.
-          ¿le das tu amor siempre?
-          Siempre.
-          Quizá ese sea el problema. “Siempre” se volvió tan habitual, que ya no eres capaz de sorprenderla.
-          Que complicado es esto de vivir. ¿te das cuenta porque me atrae eso de morir?
-          Bueno, ahora si tienes algo de razón.
-          Pero es algo que, a pesar de todo, se vuelve interesante, muy interesante, ranita.
-          No me había puesto a pensar en lo que dices. La rutina, la jodida rutina, nos encuentra a todos alguna vez, Suricata.
-          Hay formas de evitar la rutina. Quizá haciendo tu camino un poco zigzagueante.
-          Suenas a mí, aunque tú eres más feo.
-          Pero ligeramente feliz.
-          ¿eres feliz? Quizá yo no lo sea. No me he casado, no he tenido hijos, es más, no me he muerto aún.
-          Morir es parte de la vida, es un brazo más.
-          Morir dos veces debería ser igual a vivir una vez.
-          “No me odies, quiéreme al revés”, vaya, creo que escribiré algo pronto.
-          Creo que moriré pronto.
-          ¿te sientes listo, ranita?
-          También tengo 27.